Dice Jorge Valdano, palabras más palabras menos, que el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes. Y creo que tiene razón. Al ser un deporte que para ser jugado sólo requiere talento y pasión, ha podido llegar a los lugares más recónditos del planeta para despertar, precisamente, las pasiones más suigéneris, traspasando las barreras de la cordura y la razón.
Y la pasión por un equipo de fútbol puede llegar hasta tales magnitudes. No importa si es de tabla alta, media o baja, es tu equipo y se acabó; lo que pueda hacer cada domingo dentro del rectángulo es lo que importa. Te hace llegar los lunes altivo o cabizbajo, te hace perder o ganar grandes fortunas o humillaciones, te hace hablar tu mejor discurso en los grandes debates, desarrolla tu capacidad analítica y te ilusiona toda la semana hasta que vuelve el domingo.
Hace ya algún tiempo que mi equipo no me hace sentir casi ninguna de las anteriores, ya ni siquiera la rabia de verlos perder ante el acérrimo rival, pues el ver volar las cenizas de un ave que volaba muy alto, no trae más que una lisa y llana decepción, ni más ni menos.
Entonces, por qué le sigo yendo al América; a un equipo que ha hundido a su afición en la más peligrosa de las depresiones, a un equipo apetetado, anodino, que sale a todo menos a jugar fútbol, que privilegia el negocio y deja en segundo término el fútbol, el que ahora parece todo un fiasco, digo parece, porque a pesar de lo anterior, le sigue poniendo sabor al caldo.
El América es “El equipo”. El equipo a vencer, el más odiado, el que gana con una derrota los titulares de los periódicos, el que está en boca de todos, el que no puede faltar. Sin importar cómo juegue, el Club América es noticia, ya sea por un logro o un fracaso, por un alta o una baja, por una pifia o un chispazo.
Me ha encantado como sus principales detractores le ruegan al ser supremo que terminen ya, y de una vez por todas, los peores días de su némesis, pues los análisis se tornan cada día más aburridos si se deja de hablar del América, ya sea por haber ganado con la ayuda del árbitro o tener algún arreglo con alguno de sus hermanos menores; por alguna contratación “bomba” o simplemente porque han dado cátedra del juego, como en los viejos tiempos.
Cómo dejarle de ir al equipo que da vida al fut nacional, el indispensable, el que puede provocar todo menos indiferencia, el que desde pequeño me ha obsequiado muchas de las mayores alegrías de mi infancia y de mi vida, además de las mejores rabietas y berrinches que he protagonizado —desde lanzar injurias hasta destrozar cosas varias—, tras campeonatos, bicampeonatos, tricampeonatos; finales perdidas; goleadas en los clásicos, a favor y en contra; jugadores leyenda y verdaderos fiascos, tanto nacionales como extranjeros, con vistosos uniformes, con espantosos uniformes, con Cuauhtémoc Blanco, con Inolvidables momentos junto a mi papá y mis amigos y ahora con mi hijo —quien será testigo de cómo surge el ave de entre sus cenizas—, momentos que no podría compartir con ningún otro equipo. Americanista nací y chiva, azul, puma, o qué más da cualquier otro, moriré, pues no permitiré, bajo ninguna circunstancia, que muera algún americanista.
Además, como bien dice Eduardo Galeano: “En su vida, UN HOMBRE puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”.
“Vaaaaaamos, vamos Améeeeerica, que esta taaaaarde tenemos que ganar”.
le sigues llendo al américa por puto que!!!!!!
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