Entonces Elisa entró por primera vez a su nueva casa, recorrió con la
mirada la sala, caminó hasta la cocina y descubrió tras una puerta un pequeño
jardín, el cual, por alguna extraña razón, la llamó de inmediato. Atendiendo
instantáneamente la extraña llamada, abrió la puerta que le impedía la entrada
y dio el paso que la reuniría con aquella parte de su vida, la cual había dado
por terminada aunque jamás sacó de su corazón. Sin dar crédito de aquel
hallazgo, de rodillas en el césped, tuvo un vez más la edad de 7 años.
—Ya es hora. ¿Por fin nos vamos? Uy que emoción, estoy
ansioso por llegar a la tienda, tengo un buen presentimiento, pa mí que no duro ni dos días, comentaba
en voz alta uno de los balones blancos que irían esa tarde a la tienda
deportiva. Reluciente y en su caja, perfectamente bien empacado como sus demás
compañeros, fue el primero en tomar su lugar en el rack destinado para balones
económicos.
Con mucho entusiasmo respingó la nariz y se dispuso a
esperar al pequeño que lo llevaría a conocer el mundo. Pasó el tiempo pero el
niño no llegaba. Sin perder la fe, siempre manteniendo la frente en alto, aquel
entusiasta balón seguía ocupando las primeras filas en espera de algún dueño, y
sin importar las huellas dactilares que lo empezaban a cubrir, más las ligeras
patadas y rodillazos que de vez en cuando le propinaban, conservaba la certeza
de salir de aquella tienda feliz de tener un compañero.
La espera comenzó a convertirse en angustia un día
miércoles, en el que escucho que sus días estaban contados, pues si para el
próximo sábado no resultaba vendido, regresaría a la bodega sin la seguridad de
poder salir. Más que nunca, se lució ante cualquier persona que se acercaba por
donde él estaba y aunque sus esfuerzos resultaban, al parecer inútiles, nunca
desistió. Faltando 10 minutos para el cierre de la tienda, cuándo se preparaba
para continuar la lucha al día siguiente, las pisadas de unos pequeños tennis y
el aliento sofocado de una pequeña en shorts, lo distrajeron de su trance y sin
quitarle la vista de encima, vio como aquella niña se acercaba hacia él,
apuntándolo con el índice, al tiempo que decía: ese. Inmóvil por la emoción,
pudo contar cada una de las monedas, que aquella pequeña futbolista, sacaba de
una vieja media de futbol. Terminado el conteo y pagado el precio, con un gran
abrazo comenzaba su amistad.
Desde la primera noche fueron inseparables, pues una
vez fuera de la caja, el balón durmió en los brazos de su inesperada dueña,
quien sin poder dormir por la emoción, saltó de la cama más temprano de lo
acostumbrado y antes que nada, echó su nuevo balón a la mochila, para que, a
escondidas, se los presentara a todas sus amigas, contándoles una vez más aquel
plan, —del que todas sabían— que llevó a cabo para poder comprar su primer
balón. Así, éste se enteró de los escasos recursos y el arduo trabajo de su
dueña por conseguirlo.
Habiendo librado la primera batalla, la de no ser
descubiertos por alguna autoridad escolar, salieron de la escuela y fueron
inseparables. Fueron al campo para su primer juego, y luego por el segundo y el
tercero; pasaron lluvias, noches, retas, y muchísimos goles. No había otro
compañero en la vida de Eli que supiera tanto de ella; ni que le diera momentos
tan gratos. Eran el uno para el otro.
Todas las noches Eli lo ponía en su frente y le
contaba todo lo que él había presenciado durante el día, lo aventaba de vez en
cuando hacia el cielo y antes de dormir remarcaba su nombre —Eli— y el corazón
que servía de punto a la i. Sin duda alguna eran los mejores amigos.
Una tarde, parecida a cualquier otra, Elisa jugaba con
su balón y sus demás compañeros una cascarita, cuando de pronto llegaron unos
chavos mayores que ellos a proponerles una reta, con gusto aceptaron y ganaron
como todos unos campeones, lo cual no fue recibido de muy buen agrado por parte
de los grandulones, quienes completamente frustrados, Despojaron a Eli de su
amigo. El balón trató de poner resistencia y ella con esfuerzos sobrehumanos
batalló hasta el cansancio. Pero fue inútil. El despojo fue inminente y el
desconsuelo profundo. Los amigos habían sido separados.
Eli lloró un día entero su pérdida, aunque pudo
reponerse y continuar con su vida, llevando siempre en su corazón a su primer
balón, quien fue la inspiración para que Elisa dedicara su vida al fútbol.
Los grandulones jugaron un par de veces con el balón
de Eli y en un juego callejero volaron el esférico, el cual después de algunos
rebotes cayó en un camión de naranjas que lo llevó hasta la playa. Una vez
allí, fue partícipe de un sinnúmero de partidos, hasta que fue decomisado por
un gruñón al que le tiró su cuba de la mano. El hijo de aquel gruñón lo llevo
de vuelta a la ciudad, donde vivió sin mucha actividad y dónde un día que
rebasó la barda de un club deportivo, cayó sobre un camión de arena y terminó
en los cimientos de un edificio comercial. Al parecer sus días habían terminado.
Mientras tanto, Elisa Farfán continuaba sus estudios y
su carrera futbolera, sobresaliendo y llegando cada vez más lejos como
goleadora. Su habilidad y sus años de preparación la llevaron a cumplir su
sueño, encumbrándola, como fichaje del año, en la liga profesional de futbol
femenil. No le bastó más que una temporada para consolidarse y como novata del
año, firmó con uno de los más prominentes clubes de la liga.
Aquel importante club, previendo contrataciones, había
mandado construir las casas de sus nuevas jugadoras, las cuales se ubicarían en
un terreno antiguo, el cual quedó vacante tras la demolición de un edificio
comercial de una empresa que lo vendió por haber ido a la quiebra. Durante la
construcción de las nuevas casas, un grupo de albañiles que trabajaban en la
obra, encontró un balón en los viejos cimientos, mientras rascaban y quitaban
los escombros. Gustosos del futbol, lo arreglaron, le pusieron aire y
disfrutaban de él en sus ratos libres, fue su mayor diversión mientras duró la
construcción, la cual una vez terminada, quedó sola para esperar a sus nuevas
moradoras.
El gran día llegó para Elisa Farfán, fue presentada en
su nuevo club. Se puso la playera, hizo unas dominadas, dirigió unas palabras a
la afición y en seguida vinieron las buenas nuevas. Al término de la
presentación, le esperaba su padre y promotor con una buena camioneta y las
llaves de una casa, regalos del club para su nueva joya. De inmediato subieron
a la troca y corrieron a visitar la que sería desde ese día su nueva morada,
una casa a todo lujo en aquel exclusivo fraccionamiento recién construido.
El padre de Eli abrió la puerta principal de la casa número 13 y entonces
Elisa entró por primera vez a su nueva casa, recorrió con la mirada la sala,
caminó hasta la cocina y descubrió tras una puerta un pequeño jardín, el cual,
por alguna extraña razón, la llamó de inmediato. Atendiendo instantáneamente la
extraña llamada, abrió la puerta que le impedía la entrada y dio el paso que la
reuniría con aquella parte de su vida, la cual había dado por terminada aunque
jamás sacó de su corazón. Sin dar crédito de aquel hallazgo, de rodillas en el
césped, tuvo un vez más la edad de 7 años, pues en sus manos se encontraba un
balón que habían olvidado unos albañiles en el jardín aquella casa, un balón
que apenas alcanzaba a mostrar su color blanco y entre sus gajos negros,
remarcado con plumón el nombre de una niña, quien usaba un corazón como el punto
de la i, que llevaba su nombre Eli.